sábado, 30 de mayo de 2009

El caos de los atardeceres de domingo.


Era una tarde de omingo. El café estava frio sobre la mesa, una única taza, una cucharilla, sobre un mantel gris. Como ella. La cocina blanca en una casa demasiado grande, y demasiado vacia.

El reloj marcaba las 8 y 10. El mundo estaba en silencio. Ella, en un intento de evadirse de esa soledad diurna, había bajado a sacar a su perra, Blanca (pura, como la nieve). Tenía una cita con su única sonrisa: los preciosos atardeceres de verano, rojizos-anaranjados.

Cerró la puerta de un portazo. Nadie iba a molestarse en entrar.

Pasó por delante del banco. Vacío. (y parecía que iba a ser por toda la eternidad).

De pronto, algo distrajo su atención. A lo lejos otro perro y su dueño rompían con el silencio de la calle.

Intercambiaron una sonrisa y una mirada. Después, cada uno siguió con su camino, hacia un nuevo atardecer.

Pero a ella le invadió la nostalgia. Los recuerdos. Las imágenes. Otros. Tantos. "NO".


Las semanas iban pasando, y el tiempo se iba llevando consigo las últimas gotas de lluvia.

Su estudio, lleno de fotografías, de cuadros viejos y poemas rotos, era el reflejo de una época mejor. Cuando la inspiración aún le visitaba descalza cada noche. Con las últimas notas de su guitarra (ahora desafinada, y abandonada en un cajón).

Cada día se encontraba con el dueño del perro solitario. Poco a poco, había empezado a formar parte de su vida aquel encuentro. Aquella sonrisa fugaz. Y sospechaba (pero sólo vagamente, porque no podía confirmarlo) que él había cambiado sus horarios para sacar a pasear al perro. Inevitablemente coincidían, e, inevitablemente de nuevo, esperaban cada día con más deseo aquel encuentro. Pero siempre en silencio. Nunca hablaban.


Otro domingo por la tarde.

Ella, aquella que se propuso odiar al amor cara a cara, se encontraba mirandose al espejo antes de salir por la puerta. Aquella tarde llovía. Y no pudo evitar una sonrisa. A lo lejos, se encontraba su dueño solitario. Y se acercaba directamente a ella. No llevaba a su perro. Ella se sintió estúpida con Blanca ladrando a sus piés. La lluvia mojaba cada rincón de su cuerpo. Resvalaba por su rostro, y más...

- ¿Y tu perro?

- No era mío. Sólo lo he tenido por un tiempo. Y no tengo ninguna excusa para explicarte por qué estoy aquí. Eran las 8 y 10. No he podido evitarlo.


Llovía. Aún, y todavía con más fuerza. Ella se acercó y le abrazó. Levantó la cabeza y él se acerco, y, lentamente, la besó. Después, una eternidad después, ella se separó, y echó a correr. Lejos. Rápido, sin dirección. Sólo huyendo de todas las palabras que se agolpaban en su cabeza. Blanca corría detrás, sin entender. Ladrando.


Los días pasaron y él no volvió. Los trenes, cuando se van, no vuelven a su punto de partida. Las 8 y 10 empezaron a convertirse en una tortura. En la parte más dolorosa de la rutina diaria.

La casa, aún vacía, el caótico estudio, las paredes blancas de la cocina. Las flores marchitas y el humo del cigarrillo que, apoyado en sus labios, llevaba su esencia hasta la ventana. El sonido de la lejana música que llegaba desde el salón. El reloj marcaba las 8 y 10 y ella seguía en casa. Se había propuesto no salir, no ir a ese lugar donde ya nadie esperaba.

Las 8 y 15. Y 20.

Cogió las llaves y salió por la puerta. Hacía muchos días que había perdido la esperanza. El tren ya estaba lejos. Se había ido. Pero no pudo evitarlo. El tiempo pudo con ella. Blanca se había quedado en casa.

Bajó a la calle y cerró los ojos mientras caminaba. El viento enredaba sus cabellos. El cielo era hermoso, el final del atardecer y unas nubes que amenazaban lluvia. Abrió los ojos, y , mientras se acostumbraba de nuevo a la luz distinguió, a lo lejos, una silueta. SU silueta. No estaba en el lugar de siempre. sino varias calles a la derecha, sentado al pie de las escaleras. Volvía a casa después de haber desistido esperando en el lugar de su cruce. Ella no se lo pensó dos veces, echó a correr y cruzó sin mirar la avanzada. Entre los coches que corrían veloces. Pero,cuando ya estaba a varios metros de la acera de enfrente, un coche que venía a toda vlocidad imapctó con ella. La fuerza de un ciclón frente a una hormiga. El mundo había dejado de girar. Y, después, inmediatamente después, comenzó a girar de nuevo, a una velocidad vertiginosa. La mitad de la calle se había quedado en silencio. La otra mitad estaba histérica. El tráfico parado. Conductores bajando de sus vehículos para ver lo que había sucedido. En el suelo, una mujer, un charco de sangre y un reloj de pulsera que marcaba las 8 y 25. Cuando, a lo lejos, el reloj de la ciudad daba las campanadas de las 9. Él. Paralizado. Inmóvil. Rompió su quietud y echó a correr hacia ella, entre las ambulancias ya inecesarias y la masa de curiosos. Había comenzado a llover. Poco a poco con más fuerza. Mucho. Tanto. Él la cogió en sus brazos. La abrazó, intentando retenerla aquí. Junto a él. Viva. Le besó en la frente mojada por la lluvia. Y entonces vio el reloj. Las 8 y 25 pasadas.


- El mundo seguirá girando. Seguirá lloviendo los domingos por la tarde. El tráfico seguirá su curso y en ningún lugar dejarán de hacer el amor. Los relojes de pulsera analógicos seguirán atrasandose inevitablemente. Pero echaré de menos no poder leer todo esto en tus ojos.


El tiempo y el amor matan. Lentamente. Pero merecerá la pena haber vivido para ellos.

martes, 19 de mayo de 2009

luces de neón.


Luces, veloces, por toda la ciudad.
Con un cielo seminocturno,
algo anterior a la luna de verano.
Tráfico.
Coches que corrían, que volaban.(se cruzan, se paran, infringen, corren, frenan, giran...)
Todo me rodeaba, situada en frente de una rotonda.
En un día como otro cualquiera,
vagaba sin ningun destino en especial.
Crucé la carretera en un momento en el que el tráfico se había despejado.

Entonces lo ví.

Llegaba con el coche blanco a la rotonda, viejo, destartalado.
Frenó en seco.
El tráfico se había detenido.
El mundo había dejado de girar.

Me había visto.

Sólo quedábamos él y yo en la rotonda, inmóviles.
Conteniendo emociones contenidas.
La vida había detenido su curso para regalarnos ese instante. Siempre recordaré esa mirada, marrón, verde, intensa....
Después, y demasiado rápido, el mundo prosigúió su marcha. El coche arrancó y se alejó, hacia un nuevo amanecer. Yo me quedé allí, parada, mientras el tráfico reanudaba su curso, veloz, mientras los coches me esquivaban.Terminé de cruzar la calle, y mientras una lágrima surcaba mi rostro, me dejé perder, de nuevo...

...entre las luces de la ciudad.

lunes, 18 de mayo de 2009

Silencio nocturno.


Ideología de bolsillo.
"Lucha de gigantes"
Un duelo entre la razón y lo que la acompaña.
El recuerdo de una lágrima derramada por un niño corriendo por la playa de mi infancia.
"Me da miedo la enormidad...donde nadie oye mi voz"
El eco de un sentimiento enbotellado.
Tres luces en la distancia y un suspiro.
Suspendidos en la nada...
....suspendidos.
Deja que esta noche te cierre los ojos, vida.