martes, 30 de marzo de 2010

La villa.




El día en el que el señor Johanson abandonó la villa, era octubre.
El abedúl comenzaba a amarillear y sus hojas amenazaban con caerse. La señora Lizz cuidaba de sus hijas en el parque, con la pretensión de casarlas con el mejor postor.
Clancy y yo solíamos adentrarnos en el bosque, y allí, a la orilla del río, donde las pisadas de los viejos amantes no podían escucharse, les contábamos cuentos a las hadas.
Jugabamos a volver corriendo a casa, ondeando nuestros vestidos amarillos, y descolgar las notas musicales colgadas con pinzas en el tendedero.
Solía oler a rosas y a chocolate con guindilla.
Aquel mes nuestro padre, el señor Johanson, se perdió para siempre en la India, con una mujer de la que decían que embrujaba con su mirada a los forasteros Ingleses.
Pero nosotras no lo supimos hasta muchos años más tarde.




Las hadas nos lo contaron, pero no quisimos hacerles caso....