viernes, 31 de diciembre de 2010

Navidad, dulce realidad.

Cuando la realidad se enfría y tienes tiempo para pensarlo,
para calcular el daño que has hecho, irreparable,
es como golpear un cristal ya roto con la gélida mano del tiempo.
Como empuñar la daga de la desdicha y cantar victoria
Como la helada nocturna, el sabor del limón, ácido, agrio, amargo, en la lengua tras otro beso plagado de dudas.
Como la hendidura de un labio cortado por el frío,
Como el último suspiro de una vela.
Es el dolor más profundo e inhumano,
el dolor más horrible,
atemporal,
negro.
El dolor desgarrador que lo es todo, que es puro.
El dolor que supone la certeza de haber hecho daño.

Y ahora corre tras un tren humeante,
y ahora golpea los nenúfares suspendidos en las manecillas del reloj,
y ahora es y no es,
y ahora siente y llora,
y ahora vuelve a ser niño y se siente morir en el silencio.
Fuimos tres y fue demasiado.
La cúspide de la creación resulto ser un fracaso,
Volando el último avión de la noche gracias a los impares y su fuerza...

y sin embargo, la navidad, aún presente,
tiene ese sabor agridulce de la felicidad propia,
rodeada de la desdicha agena.