domingo, 30 de marzo de 2014

La delicatesen

Eran tus manos las que acariciaban la madera vieja.
Eran tus manos las que moldeaban, con su ritmo pausado,
la arcilla del tiempo.
Desde la pequeña ventana se extendía el horizonte violáceo del campo de romeros, y los olivos en flor, a lo lejos, cual sendas de vida. El sol a penas se veía detrás de las montañas y era la primera brisa la que se colaba por el recibidor aroma de domingo.
La señora Teresa preparaba bizcocho en la cocina, y Paupau y Leoleo corrían por el jardín ondeando tras de sí las cintas rojas que adornarían, después, la casa.

Aún hoy, desde la lejanía del recuerdo, percibo aquellas delicias de hoy, de ayer, y de mañana como si se hubiesen quedado  allí, entre aquellas paredes de madera, aguardando. 





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Amaia Miranda

viernes, 21 de marzo de 2014

El encuentro (II)


Y aquí estamos,

frente a frente,
carne contra carne.


Son, al final,
las nimiedades
las que desenredaron este encuentro.
Pero, sí.


Que quieres que te diga
cuando por decir poco queda ya,
cuando el horizonte se extiende ya rojizo ante nosotros. 
Atardeciendo.
Pero no sabría.
Cuando todo,
frente a frente,
cambia.

Pero no sabría.
Cuándo.
Todo.

Carne contra carne.

Son, al final,
las nimiedades.
Pero sí.
El horizonte se extiende ya rojizo ante nosotros. 
Atardeciendo.
Pero sí.

Y aquí estamos.
Frente a frente.


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Amaia Miranda 

jueves, 6 de marzo de 2014

Señora Soledad

La soledad es la mañana en el café pausado, que con dedos temblorosos es asido por la vida.
La soledad es ese leve vatir que remueve el agua negruzca, para después posarse sobre la madera vieja.
La soledad es la luz amarilla que desde la ventana férrea ilumina a la señora cansada que moja sus labios de café infinito.
La soledad es también la imagen de la lectora ausente que, con "Compañía" de Beccket en sus manos, observa a la mujer vetusta de sonrisa frágil.
La soledad es la mañana en el café pausado, que con dedos temblorosos es asido por la vida.


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Amaia Miranda