domingo, 2 de mayo de 2010

Desde Shangai

Señoras y Señores:
Ustedes saben, como buenos burócratas de la razón, que los principios que me llevan a escribir esta misiva se asemejan más a los principios de un pulpo en un garaje que otra cosa.
Desprovista de mi usual romanticismo, me veo envuelta en la trama de un pseudo-crimen. He conseguido aniquilar toda esperanza, dejar marchar las ilusiones y arrancarme el corazón; desoir la voz de mi conciencia y de todos aquellos náufragos de mis mismas aguas.
Ahora, con una maleta vacía en una mano, y un clavel rojo en la otra, me dispongo a partir, lejos. Para no oir sus voces repiqueteando contra la ventana, sus miradas intelectuales clavadas en mi espalda y su sonrisa malvada de suficiencia despidiéndome.
No.
No quiero sus regocijos, sus "ya se lo dijimos, señorita.", sus risas falsas y sus lágrimas necias.
Ya basta de mentiras arrogantes.
Me voy.
Aquí tienen ustedes mi confesión y mi condena.
Lo que hagan ustedes con ella es cosa suya.
Buenas noches, caballeros.
Atentamente,
La dama de rojo.

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