sábado, 26 de junio de 2010

En pos del Atardecer.



"La luna se alza sobre un cielo rojo, rojo fuego, rojo sangre, rojo pasión; colosal, majestuosa, sobre los tejados de callejuelas perdidas, caóticas, inciertas. El viento trae recuerdos de la alambra, alborota mi cabello"


La cámara estaba sin batería. A mi lado, una mujer hermosa trataba de explicarme las mil formas de capturar una fotografía, sin cámara. Con sus manos desdibujaba formas en el aire, y con su voz trataba de sacarme una sonrisa.
No eran más de las 8 cuando comenzamos a surcar la ciudad. Corríamos, corríamos contra el viento, contra los coches que conducían en dirección contraria, contra los semaforos en ambar, contra las últimas luces del día. Corríamos, corríamos sin cesar, sin rumbo, sin destino, sólo con la sensación de que debíamos llegar a aquel punto en el que sol y tierra eran uno, en el que amanecer y atardecer se intercambiaban los papeles, y la noche que nos perseguía a nuestras espaldas daba un nuevo día. Perseguíamos la utopía del horizonte, de lo infinito, de lo lejano e inalcanzable. Nuestros pasos rasgaban el aire, mientras surcaban, veloces, la ciudad.
Durante toda aquella noche seguimos corriendo, siendo siempre atardecer. Sólo cuando, horas más tarde, observamos las primeras luces del alba sin habernos sumido en una previa oscuridad, nos detuvimos, exahustas.
La mujer comenzó a tocar el violín (aún hoy no se de dónde lo sacó, quizá, sencillamente, lo dibujo en su imaginación y decidió compartirlo conmigo... ), y, bajo aquella melodía, aquella calma, nos quedamos dormidas.

Yo con el recuerdo de mi fotografía, y ella con su violín imaginado...





lunes, 14 de junio de 2010

Al menos por una noche.

Si te digo que me escapo, que me voy, que cojo las maletas y me largo, me retendrías del brazo para escuchar mi voz tan sólo unos segundos. Pero ya no se si sería un acto reflejo, o un acto consciente, un acto pensado. No es tan sencillo ni tan difícil como lo pintan. Aunque quizás aún no esté pintado, desde luego no por ti.
Quiero abrir las alas que me unen al cuerpo y echar a volar. Entonces no podrás alcanzarme. Tan alto no. Pero no quiero llegar a Bombai y encontrarme con que no trabajan los carteros de noche. No quiero encontrarme sóla, sin ti, sin vosotros. No puedo engañarme ante el inmenso mar de mis ideas, a mi no puedo mentirme. Esta noche no. Ya es tarde para mentiras, para falsos argumentos, para falacias. Ya es tarde para beber cola-cao recién hecho con la cabeza en los pies y los pies en la almohada. Ya es tarde para echarse atras, y para caminar hacia delante. Es momento de detenerse, de decir Basta. Basta. Basta. Ya basta.
Es la irremediable condición del ser humano, tan estúpido como siempre.
Añoro el sonido del mar y de las olas. Ansío probar lo prohibido.
Desgraciadamente, mi vuelo no sale hasta dentro de demasiados segundos. Creo que más de un millón.
Esperaré sentada en el tejado, intentando adivinar tu cuerpo bajo los árboles lejanos, acercándose. Esperaré sentada en el tejado, soñando que no estoy aquí, que soy libre. Soñando.
Al menos por una noche.
Al menos por una noche olvidaré mi condición y mis principios y me dejaré llevar por el sonido del viento en las cuerdas de la guitarra... por el sonido de mi voz retenida por tu brazo cuando coja las maletas y me escape, me vaya, me largue...

jueves, 10 de junio de 2010

Desde Bucarest

- Ayer, cuando todos dormían, la dama de rojo tuvo valor y salió de su escondite. Caminó entre carteleras y consiguió un pasaje de noche hacia Bucarest. Había vuelto a escapar de nuevo. Ah, pero no te entristezcas. De ti no, tú siempre estarás con ella.

- No puedo evitar pensar que está en peligro. Que vive en la sombra, alejándose de los caminos, de la vida, de la luz. Poco a poco se esconde más y más en sí misma. Y no se si creerte. Hace mucho que ni siquiera me escribe.

- Por eso he venido hoy aquí. Tengo una carta para ti.

El hombre de la gabardina gris le entregó una carta al hombre de la gabardina negra y el sombrero de ala.

"Querido,

Son las tres de la madrugada y no puedo dejar de pensar en ti. Aun en mi huida estas conmigo, me acompañas, me susurras palabras con el viento, me acaricia los ojos tu mirada, lejana. Añoro aquellas noches en las que, sentados en los tejados me contabas viejas historias de Oscar Wilde, me leías teatro de Woody Allen y poemas de Pablo Neruda. Perdida en la noche y en los recuerdos, añoro también el sonido de tu viejo clarinete, y tus locas ideas inconformistas.
No quiero que pienses que me olvido de ti. La rosa blanca que cada mañana encuentras junto a tu almohada, es depositada por Elly,(la muchacha que solía pasar por casa a dejar el pan recién hecho de la panadería de la esquina, y que siempre tuvo una copia de la llave) mandada por mí. Es mi primer pensamiento, mi luz del nuevo día, mi grito de esperanza entre un millar de bocas cerradas y acobardadas, y es para ti.
Han pasado ya seis meses desde mi huida. Pero mi proposito no ha cambiado. Prometo encontrar mi libertad interna.
Todo aquel que la alcance, podrá enfrentarse al mundo, sin miedo. No creo en la libertad externa, ya te lo expliqué en su momento. Exiten demasiados condicionantes. Sobre todo ahora, que nos encontramos en plena Guerra Fria, y yo en dirección hacia una de las partes más orientales y bajo el dominio soviético. Pero no tengo miedo. Sólo añoro tu sonrisa entre tanta oscuridad. Creo que tú también eres uno de esos condicionantes de mi libertad externa...

Buenas noches hombre de negro. La ciudad duerme bajo mis palabras.
Espero que siga en pie tu fortaleza de poesía y maravilla.
Mi sonrisa y mi beso, van impregnadas en la rosa blanca de mañana.
Dale a Greg las gracias por entregarte mi carta.

Se despide,

La dama de rojo."

El hombre de la gabardina negra y el sombrero de ala se inclinó hacia delante, y con el dedo meñique cogió la lágrima que se depositaba en su mejilla, y se la regaló a Greg, a modo de agradecimiento. Greg sonrió y abandonó el café.

A la mañana siguiente, sin embargo, no hubo ninguna rosa sobre la almohada.

martes, 8 de junio de 2010

Sátiras e ironías.

Sobre un escenario en un teatro vacío, una mujer baila sin ser vista. Sus zapatos descansan junto a ella dando también así descanso a sus pies. Con sus piruetas roza el techo, el cielo. Sólo un hombre admira el espectáculo nocturno sentado en una butaca de la 7ª fila. Ella no le ve, pero él la admira, en silencio. Contempla la poesía de su último baile.
El teatro está a punto de ser derruido.
En este mundo, en el que todos los espectáculos habidos y por haber pueden descargarse con un simple click por aquellos a los que aún les interesa, no se trata de una imagen poco usual.
A las afueras, dos mujeres sujetan una pancarta, intentando evitar la muerte de un nuevo teatro.
En su interior el baile prosigue, la mujer llora y el hombre aplaude, en silencio.
Aplaude, ironicamente aplaude.
Aplaude a todo lo que somos, a todo aquello en lo que nos hemos convertido. "Tecnócratas". Máquinas sin corazón. Máquinas económicas. Falsas máquinas ecológicas. Máquinas.


Un transeunte, desde la acera contigua al teatro se detiene a leer la pancarta de las dos mujeres:

"Vosotros también sois asesinos"



Días después, finalmente demolieron el teatro.
Entre los escombnros encontraron dos cuerpos.
Una mujer, un hombre, y unos zapatos de tacón.

Alguien se atrevió a decir que aquello también era arte.
Otros rieron ante esa propuesta.

Las mujeres de la pancarta fueron encarceladas tras la demolición del teatro por escándalo público y por proferir insultos contra la autoridad: la tecnología.