El movimiento callejero se acrecentaba con las primeras luces del día.
Idas, venidas, rápido, lento, velocidad, ruido, mañana, actividad, tráfico.
Todo se concentraba en la mañana que comenzaba a nacer. La vida iba surgiendo.
Una familia se daba un beso de despedida, una mujer encendía un cigarrillo, en la calle de aquella esquina una pareja terminaba de hacer el amor. Todo estaba en marcha.
Pero, en medio de aquel caos, como un punto detenido en la nada, como un silencio, estaba él. Sentado en las esaleras de un portal solitario. Pensando que quizás no debería haberse bajado tan rápido del ritmo de aquel mundo que funcionaba al doble de velocidad.
La prisa se había apoderado de la gran ciudad.
Nadie había reparado en él.
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