domingo, 1 de noviembre de 2009

3 musas.

Qué fácil es tratar de usted a los desconocidos.
Y me gustaría decir todo esto en francés. Pero la vida es así de caprichosa.





Mi querida Jaqueline,
te escribo ahora que no me quedan fuerzas. Ahora que la noche se ha llevado consigo las últimas luces que me mantenían con vida. Se que ya no queda mucho tiempo, lo presiento. Es ese aroma que describen tantos pero que no sabes como es realmente hasta que llega. Y cuando llega, lo reconoces, por supuesto, es inconfundible.
Ahora, en mis ultimas horas, me gustaria confesarte lo inconfesable, lo que nunca te dije, lo que siempre guardé para las largas conversaciones con la almohada.
Septiembre de 1970. No, quizás 1971....
Las cosas estaban jodidas para todos y tu te dedicabas a recoger rosas del jardín, porque siempre decías que los pétalos decoraban tu cuaderno de poesía. En realidad no escribías, todo era una apariencia. Querías ser la poetisa que no eras. Y pensaste que nadie lo sabía. Pero yo lo leí en tus ojos desde el primer momento. Era inevitable. Acabaste fumando, bebiendo alcohol barato y enseñando tu cuerpo cada viernes por la noche. Y yo lo sabía todo y fui lo suficientemente cobarde como para guardármelo....
No se si recibirás esta carta, o será como esas novelas a la deriva en botellas de cristal recorriendo paraísos desconocidos.
Sencillamente, te echo de menos. París no es lo mismo sin tí. Noviembre ha perdido su fantasía, y el arte de las pequeñas sonrisas de alelí quedó oculto en las tinieblas de otro tiempo.


Hasta siempre, mi pequeña musa.

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