domingo, 4 de diciembre de 2011

Té verde y rosquillas.

La ciudad se hacía eco de nuestros pasos.
Apoyadas en los bancos del Parc Güell el mundo se nos extendía ante los ojos, pareciendo un poco más nuestro.
La vida, sin freno y siempre de prisa, parecía detenida en el cálido invierno de Barcelona.
Ella, pintora de sueños y creadora de ideas espontáneas, bailaba semidesnuda al son de las horas. De los días y los meses. La hojarasca y la nieve derretida.
No había un él, ni un nosotros ni un nuestros.
Había un todo y un punto y coma de cartón piedra no demasiado estable.
Los vecinos llegaron a quejarse. Demasiadas veces, y demasiado pronto, el ascensor quedó estropeado de tanto amor y tanta mierda. De tanto saxofón y contrabajo de escalera, de tanta risa, salto y paso.
Y ella, "una altra" ella, hermosa, bella, elegante, mujer. Que corre bajo el sol del final de día con los brazos extendidos, aspirando la vida que le otrogan la velocidad y la adrenalina. Por el centro de la carretera, cual reina de su propio universo. Se quedó atrapada en los brazos de morfeo y afrodita y quiso dejar de ser, y volar, en silencio y a escondidas de unos ojos vigilantes...
Y una última ella, pronunciada, sin dejarse ninguna "L", amante del todo y de la nada, plena de amor, de buena voluntad y cariño. Curiosa y suya, en su mundo de particularidades propias, de valentía y olvido, de nuevas experiencias, de rojo carmín..
Tres mujeres, que con sus sombreros, bufandas y guantes, bajaban a merendarse la vida y sus misterios. Cantaban melodías infinitas, sorprendían a las olas en la Barceloneta y corrían en la noche profunda.
En algún momento, todo aquel espectáculo de color y maravilla confluyó en un mismo punto y nos sorprendió, a las tres de la madrugada, colgando un cuadro en la pared.
Y al fin, mucho después, un observador ajeno descubriría tres almas, tan distintas y dicotómicas, dormidas en el sofá, arropadas por la manta y dos pequeñas estufas, con una vieja película de fondo....
Barcelona nos enredó por casualidad y se quedó a vivir con nosotras.
Ya no se quién fue la primera en ofrecerle té verde con rosquillas...
Recién hechas, por supuesto.

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