viernes, 24 de agosto de 2012
Canas intelectuales
Y como de película, se nos aparece, así de a pronto, nuevo y mágico,
mucho más fuerte y maravilloso, el presente como un océano de
posibilidades. Y así, como de película, hoy toca decir que todo es
posible, que habrá un mañana y que estamos aquí para vivirlo. Qué
sentido tiene vivir si no es el estar acompañado. Ahora, cuando más que
nunca el dinero y el poder son la vigente filosofía, quisiera volver a
repetir que para mi son los lazos humanos -por no decir amor y que se
malinterprete en sentido único- el mayor de los motores. Mano sobre mano
y corazón con corazón construyendo ese gran espejo en el que se
reflejan cientos de manos alzadas, de un color distinto cada una.
"¡María!, ¡ven!, ¡ven Maria!, ¡veo más verde, por alli!". Y correr entre
la gente con los pies mojados por el rocío y ver las estrellas
reflejadas en el cristal de media luna de las gafas de aquel señor que ondea una
bandera republicana. En el concurso de cocina ganó, tal y como dijiste,
aquel pastel sabor un poco arándanos con queso un poco elecciones
anticipadas -por fin-. Y cómo saber cuando toca. Y cómo abandonar ese
viejo miedo de equilibrista principiante de cuerda floja. El tren en la
estación tiene todas las ventanas abiertas, y cientos de manos ondean
pañuelos de despedida. La televisión continúa escupiendo esas toses de
constipado -hay que dejarla, pobrecilla, está enferma. Mi padre siempre
dice que la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo. Ojalá a
unos cuantos no se les curase nunca. Y si juventud es reivindicar, y no
tener miedo a quejarse, ni al cambio. Y si juventud es no querer
quedarse quietos. Y si juventud es esperanza y renovación, permíteme que
me entre la duda de si la enfermedad no será que aparezcan los síntomas
de la pérdida de esa juventud... Ai, ai, ai, señores, aunque haya
subido el I.V.A -esa imposición violenta y antipática- creo que les
conviene una sesión intensa de peluquería: siento decirles que a muchos
de ustedes comienzan ha aparecerles canas. Pero esas canas de haber perdido
ya de todo su ideal primario. Llamémoslas, por qué no, canas
intelectuales.
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