miércoles, 19 de agosto de 2009

Despedida.


Él esperaba en la casa, sentado en el sofá. En silencio, a osucras, a la luz de las farolas de la acera de enfrente. Olía a cristal roto y a copa vacía, a discusión, a tabaco mojado, a bombilla fundida, a jueves por la tarde. Ella. El bolso en la entrada y las rosas marchitas. "¿No te dije que tenias que regar?" pero más bien era un "No me dejes sola esta noche, hoy no". A lo lejos se oía la llave en la cerradura de algún otro portal. Él le acarició el rostro, el cuello, los hombros. Y ella se dejaba llevar, entre besos de disculpa al amparo de la noche, entre amor de madrugada.


A veces no es necesaria la palabra adiós en una despedida.

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