jueves, 10 de junio de 2010

Desde Bucarest

- Ayer, cuando todos dormían, la dama de rojo tuvo valor y salió de su escondite. Caminó entre carteleras y consiguió un pasaje de noche hacia Bucarest. Había vuelto a escapar de nuevo. Ah, pero no te entristezcas. De ti no, tú siempre estarás con ella.

- No puedo evitar pensar que está en peligro. Que vive en la sombra, alejándose de los caminos, de la vida, de la luz. Poco a poco se esconde más y más en sí misma. Y no se si creerte. Hace mucho que ni siquiera me escribe.

- Por eso he venido hoy aquí. Tengo una carta para ti.

El hombre de la gabardina gris le entregó una carta al hombre de la gabardina negra y el sombrero de ala.

"Querido,

Son las tres de la madrugada y no puedo dejar de pensar en ti. Aun en mi huida estas conmigo, me acompañas, me susurras palabras con el viento, me acaricia los ojos tu mirada, lejana. Añoro aquellas noches en las que, sentados en los tejados me contabas viejas historias de Oscar Wilde, me leías teatro de Woody Allen y poemas de Pablo Neruda. Perdida en la noche y en los recuerdos, añoro también el sonido de tu viejo clarinete, y tus locas ideas inconformistas.
No quiero que pienses que me olvido de ti. La rosa blanca que cada mañana encuentras junto a tu almohada, es depositada por Elly,(la muchacha que solía pasar por casa a dejar el pan recién hecho de la panadería de la esquina, y que siempre tuvo una copia de la llave) mandada por mí. Es mi primer pensamiento, mi luz del nuevo día, mi grito de esperanza entre un millar de bocas cerradas y acobardadas, y es para ti.
Han pasado ya seis meses desde mi huida. Pero mi proposito no ha cambiado. Prometo encontrar mi libertad interna.
Todo aquel que la alcance, podrá enfrentarse al mundo, sin miedo. No creo en la libertad externa, ya te lo expliqué en su momento. Exiten demasiados condicionantes. Sobre todo ahora, que nos encontramos en plena Guerra Fria, y yo en dirección hacia una de las partes más orientales y bajo el dominio soviético. Pero no tengo miedo. Sólo añoro tu sonrisa entre tanta oscuridad. Creo que tú también eres uno de esos condicionantes de mi libertad externa...

Buenas noches hombre de negro. La ciudad duerme bajo mis palabras.
Espero que siga en pie tu fortaleza de poesía y maravilla.
Mi sonrisa y mi beso, van impregnadas en la rosa blanca de mañana.
Dale a Greg las gracias por entregarte mi carta.

Se despide,

La dama de rojo."

El hombre de la gabardina negra y el sombrero de ala se inclinó hacia delante, y con el dedo meñique cogió la lágrima que se depositaba en su mejilla, y se la regaló a Greg, a modo de agradecimiento. Greg sonrió y abandonó el café.

A la mañana siguiente, sin embargo, no hubo ninguna rosa sobre la almohada.

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