domingo, 30 de marzo de 2014

La delicatesen

Eran tus manos las que acariciaban la madera vieja.
Eran tus manos las que moldeaban, con su ritmo pausado,
la arcilla del tiempo.
Desde la pequeña ventana se extendía el horizonte violáceo del campo de romeros, y los olivos en flor, a lo lejos, cual sendas de vida. El sol a penas se veía detrás de las montañas y era la primera brisa la que se colaba por el recibidor aroma de domingo.
La señora Teresa preparaba bizcocho en la cocina, y Paupau y Leoleo corrían por el jardín ondeando tras de sí las cintas rojas que adornarían, después, la casa.

Aún hoy, desde la lejanía del recuerdo, percibo aquellas delicias de hoy, de ayer, y de mañana como si se hubiesen quedado  allí, entre aquellas paredes de madera, aguardando. 





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Amaia Miranda

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